jueves, 8 de mayo de 2014

Mitos y leyendas


Las momias del Ávila


Cuenta la leyenda de un conocido científico alemán, Gottfried Knoche (1813-1901) que, con el propósito de vivir en La Guaira, instaló su hacienda en la ladera Norte de El Ávila, en el sector El Palmar, junto a su esposa, su hija, su yerno y su hermana. La hacienda la llamó Bella Vista y, desde esos años, es motivo de las más curiosas historias.


Se hizo renombre por haber descubierto una aparente técnica para “momificar” a sus pacientes. Experimentó muchas veces con un suero de su propia fabricación que, cuenta la leyenda, permitía proteger sus órganos después de muerto y debía inyectarse mientras la persona estaba viva. Luego de complicados procesos químicos, Knoche, finalmente dio con el suero.

De esa forma, su esposa, su hija, su yerno y su propia hermana fueron “momificados” por él mismo y colocados en respectivos sarcófagos. Sin embargo, al visitar la casa, puede uno darse cuenta de un detalle. En lugar de cuatro cadáveres, se encuentran cinco. La identidad de la última persona es desconocida y, aunque se presume que se trata del mismo científico, no se sabe quién pudo haberle aplicado el procedimiento.

Las ruinas de la casa, ahora cubiertas por una fuerte almochada de vegetación, aún puede divisarse a lo lejos del pueblo de Galipán, todavía sumergidas en el misterio.


El Cementerio de Picacho






En las primeras rutas para el parque, aquellas encontradas lo más al este de la montaña, existe la leyenda de un antiguo cementerio. El camino derivaba originalmente del conocido "Camino de los españoles" y, en una de sus vertientes, se perdía por varios kilómetros hasta terminar en un antiguo cementerio indígena de los Caribes, de aquellos que por allí intentaron huir de los conquistadores. Su nombre, Picacho, es de origen desconocido. Así como el camino que allí llevaba que ya, luego de tanto tiempo, se ha perdido.




Los Tesoros de Boquerón, o la Leyenda de las Siete Mulas



Es una vieja leyenda perteneciente a los pobladores del pueblo de Galipán, ubicado del otro lado de la cordillera, aquel que da hacia el mar. Se cuenta de un obstinado arriero, contratado por los españoles para transportar oro hasta su campamento que, luego de ser advertido por los demás pobladores de no transitar aquel pasaje, pasando por Caraballeda, decidió arriesgarse. El hombre subió con siete mulas y, antes de llegar a su destino, fue acorralado por ladrones que, para quitarle el oro, le mataron y dieron sepultura. Desde entonces, el oro continúa allí enterrado, esperando por ser rescatado.




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